Principios de los 60. Eran tiempos de verano, de fiestas de La Peregrina, de las de antes, de las de los 15 días. La línea del ferrocarril Vigo-Santiago atravesaba la ciudad al final de la frondosa alameda. Los carruseles entre el edificio de Educación y la que fuera "cruz de los caídos" que no paraban de sonar. En la entrada de la alameda, el carrillo del heladero, con sus cucuruchus para sofocar el calor y más abajo, los niños bebiendo en la fuente, ya desaparecida. Las barreras, levantadas, para dar paso a Don Santiago, el de los Moreira, peluquero y a Don Emilio (sombrero blanco), el de los cuatro gatos, el de la calle Rua Nova de Abajo, y a unos jovencísimos hermanos, Puri y Sete, nietos del primero, que iban camino del coso de San Roque. Eran tardes de fiesta. Eran tardes de toros, la de los festejos de La Peregrina.
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