viernes, 26 de agosto de 2011

Las ranitas de las palmeras.

La mona de las palmeras "a su aire",
detrás, las ranitas del estanque.

Foto: Rafa/Museo de Pontevedra
Despues del baño semanal y luego de vestirnos con la ropa de los domingos, como no podía ser de otra manera en aquéllos tiempos, nos acércabamos la chavalada de la Rua Nova hasta el puesto de caramelos de Herrero, que tenía en la entrada de La Palmeras, al lado de la terraza cerrada del café Blanco y  Negro, y después de dar buena cuenta de todas las "chucherías" de la época, hasta donde nuestra "paga" nos dejaba, y de alguna que otra galleta de barquillo, sacada de aquella máquina que parecía un ruleta, nos pasábamos un buen rato jugando en los columpios o bambanes que había enfrente del edificio del gobierno militar. Que grandes ratos en aquellas barcas oxidadas de hierro que casi daban la vuelta sobre su eje y que más de una vez salíamos mal parados. Después de toda una mañana ajetreada nos acercábamos hasta el estanque de los patos y cisnes a beber en aquellas ranitas de hierro de las que salían un gran chorro, y ahí, sin remilgos, rodeado de decenas de "cagaditas" de paloma saciábamos la sed. Al lado del estanque, estaba la jaula donde estaba la mona de las palmeras, alguna vez que otra la soltaban, y ahí estábamos la pandilla para darle comida y, sobre todo cabrearla, claro que con esto último solíamos salir en estampida por si no queríamos tener algun recuerdo del mandril y del "matagusanos" el guarda de las palmeras.


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