Diego, con "sus" cabezudos. Foto: Javi Carballeda |
Parece mentira que la calle San Román sea una de las más emblemáticas y en pleno corazón del casco histórico pontevedrés y que carezca, o apenas haya imágenes, o fotografías que así lo atestigüen. Llegabas a el "Coralín" a través de la Plaza de la Herrería donde estaban los Almacenes Clarita en ambos lados, el edificio de la imprenta El Pueblo, donde en la segunda década del siglo XX, en su primer piso, estuvo la Telefónica. Después la tienda de Ramona, una hija suya estaba casada con el famoso locutor de radio entonces, Paco Vélez. Recuerdo crecer con el sonido tan característico que despedían las máquinas tipográficas del taller que daba a la calle San Sebastián.
Antes de Salón Recreátivo había sido el "Bar de Juan" donde conocía, desde niño, a uno de sus empleados, Diego; durante muchos años inmerso también en los cabezudos de Pontevedra y portador de la carroza de La Peregrina y al que años despues veía por las calles de la ciudad, con su carro, recogiendo cartones. Tuve la suerte de conocer a su dueño, Juan, ya que habiamos sido vecinos cuando mi familia vivía en la calle San Sebastián, y siempre me dejaba jugar gratis cuando descansaba Luis, el encargado, y él tenía que estar al frente del negocio. Muchas horas he pasado delante de las máquinas recreativas cuando tenía que estar en clase.
La Sala tenía, a su izquierda, según entrabas, las máquinas donde solíamos pasar la tarde aporréando los mandos hasta que nos pitaba "fault". Al fondo, subiendo dos escaleras y con una ventana que daba a la calle San Sebastián, estaban los futbolines y el mostrador del encargado. En el interior, y con un balcón que daba también a la calle del Santo Patrón, las famosas mesas de billar "francés" con sus clásicos "rachos" o "sietes" en los tapices que no podían faltar, y las mesas de ping-pong con aquellas raquetas de corcho todas carcomidas debido a la actividad diaria a las que estaban sometídas. Había quien se lo permitia y compraba las raquetas "profesionales" en Chacón que costaban 125 pesetas, con las dos carás de goma que cuando se le pegaba la bola dibujaba el aire unas "eses"que se te quedaba la cara de tonto.
Recuerdo a uno de los chavales entonces que también traía su taco de billar de casa incluso con sus tizas de impregnar la punta para que no resbalaran las bolas, todo un lujo para los de nuestra época que no teníamos ni un "duro" y nos conformábamos (que remedio) con las que había en el local.
Más adelante, pusieron una máquina de música la "jukebox" y entonces el Coralín también se convertía en sala de música, con discos de los "Richard Cocciante", las Grecas, el "Europa" de Santana o el "give a little bit" de Supertramp y sobre todo el "Love to love" de tina charles que sonaba a todas horas. Había también en la Pontevedra de nuestra época, en la calle Andrés Muruáis, otra sala de juegos que se llamaba "Mimos", más adelante ocupada por juguetes Moliner y en San Antoniño otra que le llamaban "El Jardín". Anteriormente, en los años sesenta, estaba el "Submarino" en la calle Isabel II.
En el Submarino jugando en un futbolín me puse un jersey lleno de grasa por las mangas con la consiguiente bronca al llegar a casa, corría el año 1962 tenía entonces nueve años.
ResponderEliminarNo sabía que inventarme para justificar el desaguisado,el Submarino era un local tabú para los niños.